¿Puede ser un sofá clásico, noble y fresco a la vez? El sofá camelback, sí. Y además presume de haber sido diseñado en Inglaterra en el siglo XVIII por Thomas Chippendale, cuyo talento e influencia en la época fueron tan grandes que dio nombre, decorativamente hablando, a todo un periodo.

sofá camelbackEste sofá camelback, producido por Blasco, sigue siendo un sofá clásico, pero rompe moldes con una funda de lino en rosa guinda que le va como un guante. 

Tres siglos después, el sofá camelback sigue produciéndose fiel a su estilo, esbelto y depurado, con algunas licencias. En cualquier caso, siempre reconocerás un camelback por su respaldo sin cojines, que asciende de forma sutil en el centro (de ahí su nombre). En algunas versiones no tiene una, sino dos jorobas. Los brazos suelen ser curvados, pero no siempre, y de la misma altura que el respaldo. En los modelos tapizados, las patas están a la vista. Los camelback con funda (que le quedan genial) no muestran las patas.

Hay dos razones por las que artesanos tapiceros y grandes marcas de decoración siguen tantos años después produciendo un sofá clásico como el camelback. La primera: tiene un buen esqueleto. La segunda: queda bien con todo.

Una de las tiendas más cool de Nueva York, John Derian, tiene su propia versión del sofá Camelback: su Dromedary Loveseat, con dos «jorobas». Aquí, en un entorno muy wabi sabi.

Los sofás clásicos camelback no han dejado nunca de actualizarse siguiendo las tendencias de cada momento, con colores brillantes, tapicerías geométricas o étnicas, vivos en contraste o fundas de lino de aire casual… Un sofá camelback será siempre una buena inversión, porque puede ser tapizado y retapizado una y otra vez con telas y colores diferentes, sin perder jamás su clase y su fabuloso estilo.

Pese a asociarse normalmente con estilos clásicos y elegantes, también en los ambientes más rústicos funciona genial un sofá camelback.